# Fotografía inexistente | La Virreina Centre de la Imatge
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## Fotografía inexistente
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La foto que tengo aquí delante, sobre la mesa, se ha convertido en una prueba acusatoria. Mejor no imprimirla, ni siquiera a miles de kilómetros de Turquía. Aparecen seis hombres de pie, en fila, en una habitación forrada de madera en algún lugar de los suburbios de Ankara. Fue tomada después de una reunión política, hace dos años. Cinco de los hombres son trabajadores. El más viejo aparenta cincuenta años, el más joven se acerca a los treinta.
Cada uno de ellos es tan inconfundiblemente él mismo como lo sería a los ojos de su madre. Uno es calvo, el otro tiene el pelo rizado, dos son enjutos y fuertes, otro tiene las espaldas anchas y es bastante grueso. Todos ellos llevan chaquetas y pantalones baratos, ambas prendas un poco justas para su talla. Estas ropas guardan la misma relación con los trajes del burgués, que los suburbios de la capital en donde viven los cinco, con las villas ricamente amuebladas de los jefes y comerciantes.
Y, sin embargo, aun sin ropas, en un baño público, ni un policía, ni un oficial del ejército tendrían mucha dificultad en identificarlos como trabajadores. Aunque los cinco entornaran los ojos con el fin de disimular su expresión, con el fin de fingir una recomendable indiferencia, su clase social seguiría siendo evidente. Aun cuando, con la mágica ayuda de unos *djinn*, asumieran con consumada maestría la expresión facial típica de la amante del especulador —una expresión de azucarado encanto, de azucarada indiferencia y avaricia— la manera de mantener la cabeza erguida sobre los hombros seguiría traicionándolos.
Es como si en el momento de su concepción un jurado los hubiera condenado a que les cortaran la cabeza al cumplir los quince años. Cuando llegó el momento, se resistieron, como se resisten todos los trabajadores, y conversaron la cabeza. Mas la tensión y la terquedad de esa resistencia permaneció y permanece todavía, visible entre la nuca y las paletillas. La mayoría de los trabajadores del mundo acarrean el mismo estigma físico: un signo de cómo la fuerza de trabajo de sus cuerpos les ha sido violentamente separada de la cabeza, la cual no ha dejado de pensar, de imaginar, pero privada ahora de la posesión de los días que le pertenecen y de su energía de trabajo.
Para los cinco hombres de la habitación forrada de madera, la resistencia es algo más que un reflejo, es algo más que el rechazo primario de los músculos frente a lo que el cuerpo sabe que es una injusticia: porque lo que este crea sin cesar con su esfuerzo le es inmediata e irremisiblemente arrebatado de las manos. Su resistencia ha aumentado y se ha introducido en sus pensamientos, sus esperanzas, sus visiones del mundo.
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