# La casa de Amanda > [!noteinfo] > [[../Artistas/Yamandú Canosa|Yamandú Canosa]] — mayo 2004 Hace un año rescaté de mi biblioteca un libro de poesía que tenía casi olvidado y que me acompaña desde 1977. Es un libro de Amanda Berenguer[^1] de nombre extraño: *Composición de lugar*[^2]. Lo comenzó a escribir en el verano de 1972 desde el cobertizo de su casa en Playa Verde, frente al mar y frente a las dunas de un paisaje oceánico conmovedor de la costa uruguaya. La ley que construyó ese luminoso puñado de poemas era simple. Amanda nos lo explica en su prólogo: "...escritos en el tiempo que dura un poniente sobre el mar, es decir, entre algunos minutos antes y algunos minutos después de la caída del sol...". Yo había estado ahí el verano anterior a que esos poemas se escribieran. Había sido un verano eterno, como es eterno el tiempo en nuestra adolescencia. Conocía la perspectiva desde donde estaban escritos, el punto de vista, el lugar óptico, el sitio exacto que componía el lugar de Amanda: suavemente elevada sobre las dunas, la mirada construye ahí un horizonte marino afilado como la hoja de un cuchillo que nos hiere los ojos en su transparencia. Los títulos de los poemas como "Poniente sobre el mar del sábado 26 de febrero de 1972" o "Poniente sobre el mar del martes 8 de enero de 1974" nos sugieren irónicamente cierta objetividad científica del acto de mirar. Cuando releí *Composición de lugar*, central en el conjunto de la obra de Amanda Berenguer, yo estaba preparando *La línea h (iceberg)*, una instalación para el Centro de Arte de Salamanca, que como otras que realicé entre 2001 y 2003 nombraban al horizonte como la bisagra que vincula aquello que percibimos con lo que queda oculto a nuestra mirada. Pero no es un horizonte que divide. En *La línea h* el horizonte vincula las partes, las junta para completarlas. De alguna manera es el sitio del arte. El artista, instalado sobre el horizonte como el zahorí, como el geomante, siente lo que la imagen guarda en sus pliegues y nos la devuelve entera. Los poemas de Amanda fueron escritos en minutos. Son como versos dictados que se escriben sobre la línea de ese horizonte marino, transformado en paisaje de lenguaje: "Detrás del rebaño pesado / de espuma oscura / como una redada de medusas / el pastor lujurioso se esconde / ladran ya los perros nocturnos / el mar erizado escamoso campo / anchoa corvina aérea echada / sobre el pasto gris olivo / y encima el cielo y yo / asomados al brocal / por donde van los barcos /un poco más / y veré las escaleras / allí descienden escuadrones / celestes manadas de amapolas / y lirios ahumados carnosos / un poco más y veré los acuarios / un poco mas y veré las compuertas / un poco mas y podré tocar / los dientes de la noche"[^3]. Luego de esa primera escritura, los poemas tienen una segunda y una tercera transformación. En la segunda se desordena la gramática, se dilatan las palabras en el espacio de la página o sufren una extraña metamorfosis en fórmula matemática, en que verbos y sustantivos son el resultado de secretos cálculos de otros verbos y sustantivos. Y en la tercera el poema se vuelve geometría espacial, ocupa la página como quien dibuja la [[../../Themarium/Cartografía/Cartografía|cartografía]] del paisaje íntimo de la casa de la mirada. Los poemas de Amanda son un sistema de inconsciente óptico, así como mis dibujos han ido construyendo con los años una geometría poética o una geometría del imaginario. Y digo que son los dibujos los que la han ido construyendo porque somos menos autores de los que nos creemos, así como los poemas de Amanda fueron dictados por aquel paisaje de océano en crepúsculo. En Amanda, las palabras son los frutos de la mirada. Me es difícil explicar la sensación que tuve al tener otra vez estos poemas entre mis manos. En todo caso fue la constatación de que es el paisaje el que hace al hombre. Fue revelador sentir cómo la misma experiencia de la mirada es capaz de construir un modelo poético del mundo afín. Y también cómo el mirar nos construye. Durante los últimos años la relación entre óptica y subjetividad ha empezado a ser un tema usual en la obra de algunos artistas contemporáneos. Y es interesante que pensemos en ello. No se trata de un problema formalista o estético, ni mucho menos retiniano. Es un espacio de lenguaje en el que está en juego nuestra percepción del otro. Y si somos hijos del paisaje, y la mirada construye el paisaje y ese paisaje nos construye, es fácil deducir que la cultura de la mirada nos enseña la cultura de la diferencia. Nacemos en paisajes diferentes y la historia de la mirada es la historia de esas miradas distintas. Se ha escrito poco de esta relación entre mirada y cultura. Paisaje es una construcción abstracta de la mirada y el horizonte su eje óptico. Pero la óptica no es para el arte un conjunto de reglas físicas. La óptica construye (también) nuestra subjetividad, y esa subjetividad nos enseña a vernos desde el espacio que esa educación sentimental de la mirada dibuja. Pero volvamos a la casa de Amanda. Ese horizonte de Playa Verde recorre toda la costa de Uruguay de sur a norte. Es omnipresente en el Uruguay costero. Los que nacimos en Montevideo, como Amanda, crecimos asomándonos a ese balcón. Aprendimos a mirar ahí. Somos hijos del mismo paisaje. En ese territorio de lejanías, la llanura del mar se extiende campo adentro. La tierra se ondula suavemente como las olas. Es un territorio apenas adjetivado. Nada distrae al horizonte. No hay montañas o picos. De hecho el horizonte marino entra en el continente así como se filtra en el paisaje urbano de Montevideo como un espacio público. Se le ve desde las esquinas, en las perspectivas de sus calles. Es un paisaje esencial, conceptual, arquetípico, simple. De cielo y tierra. No es raro que en las construcciones poéticas de muchos de los que nacemos en ese territorio haya una constante totalizadora, en donde el mundo se explica en una relación fluida entre lo que está arriba y abajo, y entre lo que está aquí y está lejos. Amanda nos describe este espacio común en el prólogo de *Composición de lugar*: "Hay un espacio real, relativo, urgente como la misma respiración, y un espacio aparente: el espacio virtual y frío del espejo. Hay un espacio oral, cóncavo, tridimensional, y otro espacio plano, laborable, facetado. Hay espacios moluscos cerrados, y espacios abiertos, volátiles. Espacios arboreos, imaginarios. Espacios veloces o temporales." Y nos da las instrucciones de uso: " Todos se transitan o se indagan, se los recorre o se los inventa. Todos se necesitan entre sí." Hoy la población de las sociedades desarrolladas usa una parte sustancial de su tiempo en mirar imágenes. La sociedad contemporánea más que nunca mira y sueña a través de las imágenes que nos implantan -en el sentido literal de la palabra- en nuestros subconscientes colectivos. Es una mirada alienada no sólo por la saturación iconográfica que padece, sino por lo que pagamos a cambio de esa mirada. El imaginario, el sueño, la acción cognitiva de pensar *con* las imágenes se hallan secuestrados. Uno de los sujetos que en los últimos años está interesando al arte contemporáneo es el recordarnos qué es mirar. Cómo funciona la mirada, cómo óptica y subjetividad van juntas, cómo, en definitiva se estructuran los mecanismos de lo que llamaríamos inconsciente óptico. Aprendemos mirando. En un tiempo en que la mirada está alienada, el arte se vuelca en recordarnos cómo miramos. Es un sujeto ideológico, pues se pone en juego el cómo miramos al otro, en recordarnos que la mirada, como la imagen, no es inocente. Que miramos, en definitiva, ideológicamente. Que somos como miramos. Pero en aquel crepúsculo que en ella es paisaje del mundo, quien le dicta los versos la mira. El paisaje le dice las palabras mirándola. Porque el paisaje nos mira. Descentra el mundo, porque nos piensa imaginándonos. Si entendemos el paisaje como todo aquello que es mirado, es fácil deducir que el arte nos piensa y nos mira. Con el arte devolvemos al paisaje aquello que le pertenece. Pura ecología del lenguaje. Y si el arte nos mira, y todo lo mirado es paisaje, podemos decir (y sin miedo a equivocarnos) que nosotros también somos paisaje para el arte que nos mira. En la dedicatoria que Amanda me escribe en la primera página de Composición de lugar el 20 de julio de 1977 se lee " ….este libro mensajero /para los ojos futuros..." **Yamandú Canosa**, mayo 2004. > [!infobox] > > Texto publicado en el *BUTLLETÍ núm. 3* del Centre d'Art Santa Mónica (CASM) de [[../../Territorium/Barcelona|Barcelona]] en junio del 2004 acompañando la exposición *Nuevas canciones* de Yamandú Canosa en dicho centro; en el catálogo *CASM Vol. 1* del 2005, y en el catálogo de *¿Todas las cosas tenían nombre? Berenguer-Canosa* en el Centro de Cultura de España / Montevideo, 2005. #poetry #art #landscape #Uruguay [^1]: Amanda Berenguer (Montevideo, 1921) es una voz ineludible de la poesía latinoamericana del siglo XX. Desde 1950 ha publicado una veintena de libros de poesía. Ha sido traducida al francés, italiano, inglés y alemán. Integrante de la Generación del 45, su producción incesante, de intensa pulsión renovadora y experimental, la hace trascender definiciones y compartimientos generacionales. [^2]: *Composición de lugar*, editorial ARCA, Montevideo, 1976. [^3]: *"Poniente sobre el mar del domingo 5 de marzo de 1972"*. Composición de lugar, editorial ARCA, Montevideo, 1976.